LA VIDA SIN PRISA. TIC-TAC. TIC-TAC...

La vida es un tic-tac que se puede llenar con una redonda, o con dos blancas, o con cuatro... Todo estará bien siempre que sea con algo que merezca la pena y ... sin prisa.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Lino ya ha dejado de fumar.

Lino, o Señor Lino, como yo le llamaba, en realidad no era un hombre “normal”. Al decir esto, me refiero a que su vida no había sido una vida convencional. Yo conocí al señor Aquilino Cid, que así se llamaba, porque coincidía con él a la sombra de los soportales de la Ermita. Él llegaba hasta allí arrastrando pausadamente sus pies y su bastón por la empinada cuesta y recorría todas las mañanas los escasos cincuenta metros que separaban su casa, la última del pueblo, del recinto de la pradera de la romería y yo procuraba hacer un alto en ese lugar para descansar y refrescarme antes de seguir el diario paseio en bici, que había quedado institucionalizado durante casi todas las mañanas del veraneo en el pueblo. Debieron ser cinco o seis veranos en los que se repetía el mismo ritual: Él me preguntaba al verme llegar que de dónde venía. Tras responderle, él se encargaba de todo. Solían ser unas charlas de cerca de una hora que me producían gran placer, aunque como no se acordaba de mí, al año siguiente repetía algunos episodios. El que más veces me contó fue el del acalde de cierto pueblo que le dejó a deber un dinero que él intentó cobrar en varias ocasiones y que terminó cobrándose en las carnes de la señora esposa del señor alcalde, sin que este comprendiera el porqué de aquel último embarazo de su mujer a los cuarenta y siete años.
Lino se dedicó durante bastante tiempo a recorrer los pueblos de la comarca vendiendo de todo lo que podía interesar por allí. Por eso conocía a mucha gente y sabía de muchos chismes que le contaban y que él mantenía en su memoria, pero nunca había contribuido a aventarlos y aún ahora sólo contaba los que tenían que ver con él mismo. Antes de comerciar por los pueblos, estuvo en Argentina de donde volvió con las manos vacías y una cojera de la que nunca dijo la causa. Después de volver de Argentina, estuvo un tiempo en Cataluña persiguiendo maquis, hasta que se hartó del ejército y se embarcó como tripulante en un mercante de esos que no paran de dar vueltas al mundo.
Lino no se casó nunca pero sin alardear, contaba que creía tener unos diez o doce hijos e hijas repartidos por, al menos, tres continentes.
El señor Lino me ofrecía siempre un cigarrillo que yo rechazaba amablemente. Siempre menos el último verano que fue el quien me pidió uno. Al decirle que no tenía, me pidió que le hiciese el favor de comprarle un paquete y que se lo guardase para darle un cigarrillo cada día. Me explicó que su sobrina, con la que vivía y que era viuda, se había juntado con un viudo que se había empeñado en que no debía fumar y había repartido instrucciones al respecto por todo el pueblo, incluidos el estanco y el bar., para que nadie le suministrase sus ducados. Así lo hice y cada día, sin que él lo pidiese, yo le ofrecía y el cogía dos diciendo: este p´a luego. El no hacía más que repetir: parece mentira que a los noventa y cuatro años un mocoso de sesenta y seis te quiera quitar de fumar porque él tiene miedo de no llegar a mi edad.
Al verano siguiente, ya no encontré a Lino y cuando pregunté por él, me dijeron que ya no salía de casa, que el invierno pasado le había dado un “itus” y que estaba “vegetal” .
Creo que se me escaparon dos lágrimas cuando tiré al contenedor el paquete de Ducados que llevaba preparado para el señor Lino.

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