LA VIDA SIN PRISA. TIC-TAC. TIC-TAC...

La vida es un tic-tac que se puede llenar con una redonda, o con dos blancas, o con cuatro... Todo estará bien siempre que sea con algo que merezca la pena y ... sin prisa.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Candelas.

La abuela candelas nació vestida de luto, vivió de luto y también murió enlutada.
La abuela Candelas rezaba mucho. Pero por los difuntos, porque “los vivos, si quieren, pueden rezar por sí mismos”.
Siempre he creído que ella rezaba para ayudar a sacar ánimas del Purgatorio. Esas ánimas de rostros espantados que se apiñaban en el cuadro de la cabecera de la cama de aquella habitación del pueblo. O, tal vez, alguna de las almas de los retratados en cualquiera de los demás cuadros de fotos familiares que adornaban las encaladas paredes asimétricas del resto de la casa. Lo cierto es que, al ser una superviviente, tenía difuntos suficientes a los que rezar.
Quizás ese fuese el motivo por el que se había puesto la obligación de estar presente en el pueblo en los oficios religiosos alrededor de la festividad de los difuntos.
No tuvo una vida alegre, no la tuvo, no señor. Pero era tan sufrida que yo jamás le oí un lamento, una queja.
Además de sufrida era una mujer prudente en su relación con los demás. Era una mujer que no hablaba por no molestar. Lo decían sus yernos y nueras que suelen ser testigos fiables en estos casos.
Comía poco, casi nada. Para desayunar dos galletas con un vaso de agua. Para comer la sopa del cocido y un trocito de gallina o pollo (el resto del cocido, garbanzos incluidos, para el gato). Para cenar, un trocito de queso y una manzana. Así durante muchos, muchos años.
Lo que sí consumía en abundancia eran las aspirinas. Esas aspirinas que se dosificaba a si misma para paliar los dolores que le producían esas maltrechas rodillas que, deformadas y artríticas, le ponían , de vez en cuando, un gesto de retorcido dolor, sólo mitigado por la ingesta de aspirinas y por el trapo que llevaba atado a una de ellas, a modo de remedio casero.
La abuela Candelas olía a humo de lumbre de paja, a pueblo, a cal, a espiga respigada, a gazpacho de sopón, a salchichón imperial reseco, a paja seca, a agua salobre, a higuera y a ropa secada al sol.
Se enfadaba cuando, jugando , le hacíamos un “deshoyón”. Porque eso significaba que tendría que volver a “enjalbegar” ese paño de muro otra vez.
Cuando barría con la escoba de ramas secas atadas con pita, lo hacía encorvada y apoyando el codo de la mano libre sobre la rodilla.
La abuela Candelas vestía enaguas, refajo, faltriquera y se ajustaba las capas a la cintura con una especie de cinturón cilíndrico de tela que siempre me pareció una pieza única (nunca lo he visto utilizar a nadie más)
No cambiaba la hora del viejo despertador en verano y decía que eso era una tontería: “Mira, tú que tener que decir que son las dos cuando son la una, o mejor, dicho las doce del Sol” A ella le bastaba el Sol para saber cuando levantarse, cuando comer o cuando acostarse.
Era escéptica con lo que no entendía: “Como que nos vamos a tener que creer que eso que dicen de que el hombre ha llegado a la Luna es verdad. ¡Allí no cabe un hombre! Vosotros os creéis cualquier cosa.
Era una extraordinaria mujer del siglo XIX.
Que conoció dos guerras mundiales, una guerra civil, la guerra de Vietnam, la de Corea…., pero que vivió en paz.
En paz con sus dolorosos recuerdos. El de la prematura e tristemente dura viudedad. El de la prematura muerte de su hijo en la guerra. El de la ceguera de otro de sus hijos. El de la pobreza...

Y encima la estafa de aquel ruin que se quedó con lo que era suyo.
Si ella supo vivir en paz, seguro que descansa en paz.

1 comentario:

  1. Que bonito esto que dices. A abuela Candelas la recuerdo sentada en el sillon donde a veces se sienta "la Juana" ahora, en Berruguete.

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