LA VIDA SIN PRISA. TIC-TAC. TIC-TAC...

La vida es un tic-tac que se puede llenar con una redonda, o con dos blancas, o con cuatro... Todo estará bien siempre que sea con algo que merezca la pena y ... sin prisa.

lunes, 19 de marzo de 2012

La cobardía: esa intoxicación.

Siempre ha sido igual. Cualquier ruido inesperado, cualquier sombra, todas las incertidumbres en general, me producían parálisis.
Una parálisis exagerada, total, invalidante.
Daba lo mismo estar sola que acompañada. Animada que desanimada. Que fuese de día que fuese de noche.
Siempre ocurría lo mismo:
Los ojos abiertos, como platos. Las pupilas dilatadas. Los dientes chirriando los de arriba contra los de abajo; de izquierda a derecha; de delante hacia atrás: “chirrchirr”.
Los brazos desmayados a lo largo del cuerpo, pero con los puños apretados, clavando las uñas en el mollete del dedo gordo, haciendo sangre.
Y ese sofoco en el rostro que, de repente se queda helado y, de nuevo vuelve a subir, quemándome las mejillas y los párpados.
El corazón dando botes dentro del pecho, doliendo, queriéndose salir desbocado por la boca. El estómago encogido, como apretujado y escurriendo jugos abrasadores hacia las almorranas. Pero la boca seca, pastosa, con costras.
Las alitas pegadas al cuerpo, como engomadas, con brea, con alquitrán. El rabito tieso con los pelillos de punta, chisporroteando nerviosamente. Las pezuñas heladas y astilladas.
Y encima, teniendo que oír eso de: ¡Cobarde, más que cobarde!
Bueno, pues enteraos: ¡Eso se ha acabado!
Os boy a contar como lo he conseguido, pero no tengáis prisa. Las prisas no son buenas para nada. Vamos por partes.
Que conste, ante todo, que he seguido los consejos que se me han dado.
Lo primero ha sido observar cuando se producía el agobio. El agobio es siempre anterior a la parálisis. Luego, si conseguimos que el agobio no se produzca, evitaremos la parálisis.
Para evitar el agobio, lo principal es no hacer nada distinto, no hablar con nadie y, lo más importante, no levantarte de la cama.
Que no tienes sueño, pues pastillitas de las de dormir. Y ya está. ¡Ah, se me olvidaba lo principal! Nada de aire limpio. Ese aire es malísimo para la ceodosización. Tan necesaria para el batir de alas y la flacidez del rabito.
Si ellos supieran que no es cobardía, que lo mío es enfermedad, no me gritarían eso de ¡cobarde, que eres una cobarde!
¿Cómo se te ha quedado el cuerpo?
Lo siguiente es hacer lo posible por cenar poco. Las malas digestiones suelen provocar sueños así, de los que sabes que son sueños, pero de los que te resulta imposible dejar de vivir con angustia. De los que te dejan abrochada al embozo de la cama hasta el mediodía siguiente.
Y, por fin, por último…
¡Vomitar! Y ¡Volver a vomitar!
Sin esa porquería semidescompuesta, semidigerida, ácida, pestilente. Sin esa cosa dentro de mi cuerpo, me sentiré ligera, valiente, capaz y libre.
Saltaré por los prados esmeraldas, cerca de las nubes blancas, salpicadas de cielo azul. Con el rumor del océano, con el olor de las algas y de la sal. Rodeada de risas de gentes y de pájaros. Con el brillo de tus ojos en mis cansadas pupilas y el rubor de la emoción del reencuentro en tus mejillas.
Así será a partir de ahora mismo. Volveré a ser la avispa que clavaba el aguijón y que no come percebes porque le causan indigestión.
¿Qué os parece? Pues después de contarle al médico lo que me pasa, va y me dice el muy imbécil que lo que tengo que hacer es dejar las malas compañías y practicar lectura de vidas de santos. Qué tengo que ser valiente y bla, bla, bla …
El idiota no sabe que eso ya lo hago desde niña. Pero no seré yo quien se lo aclare . Me he limitado a hacer lo que se merecía desde aquel día que sentí su risita por el auricular del teléfono:
Le he cogido por los pelos y le he estampado la cabeza contra la mesa. Cuando ha abierto la bocaza con la que me aconsejaba, he aprovechado para arrancarle la lengua de un mordisco. Comprendo que así resulta brutal, pero ya les dije que me dejasen las tenazas o las tijeras del pescado, que me iban a hacer falta.
Ahora estoy aquí en esta habitación acolchada con la camisa de fuerza, sentada en un rincón y sintiéndome bien, muy bien.
Tan bien como hacía tanto tiempo que no me sentía.

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