LA VIDA SIN PRISA. TIC-TAC. TIC-TAC...

La vida es un tic-tac que se puede llenar con una redonda, o con dos blancas, o con cuatro... Todo estará bien siempre que sea con algo que merezca la pena y ... sin prisa.

martes, 20 de marzo de 2012

Ibiza no es lo que era.

Ibiza no es lo que era hace cuarenta años. Ni Ibiza, ni, por supuesto, yo.
Hace eso, unos cuarenta años que visité la isla: toda una vida.
Cuando estuve la otra vez tenía diecisiete años y empezaba a conocer el mundo. Ahora tengo cincuenta y siete y sigo conociendo mundo.
Antes cala Llonga era para mí el paradigma del paraíso. Ahora es uno de los paradigmas de la especulación inmobiliaria más abusiva.
Antes comer era preparar un bocadillo con una pistola de las de cuarto kilo y una lata de foie gras y a correr todo el día. Ahora es escudriñar las cartas de los restaurantes para probar los platos del lugar, ya sea ensalada de crostas, o sofrit, o arroz de verduras o sepia a la plancha, o raxonera.
Antes era buscar cuerpos desnudos en la playa de ses Salines y ahora es comprender que la riqueza faunística del parque natural se debe en gran parte a la gran colonia de posidonia que puebla los fondos marinos de la zona que separa las dos islas pitiusas.
Antes pasábamos la noche merodeando por Pachá, con la manifiesta intención de pillar cacho, durmiendo si era necesario en la playa para ahorrarnos o la caminata o el dinero del autobús. Y Ahora la paso tratando de descansar para recuperar fuerzas, esas fuerzas que antes me sobraban.
Antes hice un penoso viaje de autobús hasta Valencia y una noche de barco en silla de toldilla. Ahora, en un vuelo de cincuenta minutos se ha solucionado el trámite.
Antes pensaba que la ciudad vieja era un estupendo escaparate para vender cuadros falsos de falsos hipéis. Ahora sé que D´Alt Vila es uno de los recintos amurallados del siglo XVI que mejor se conservan íntegramente.
Antes pensaba que la vida era eterna y ahora sé que los instantes de felicidad son efímeros.
Antes vine acompañado por una pequeña tribu de adolescentes varones hiperhormonados y sin un duro y ahora la mitad de la expedición porta prótesis de cadera. Aunque creo que la de Andrés es de mentira porque no pita en el arco de seguridad de los aeropuertos; y la otra mitad son chicas y todos juntos sufren, con más o menos paciencia, los defectos del prójimo.
En lo que no he notado ningún cambio es en las gentes, bastante afables, por cierto del lugar.
Antes tuve ocasión de conocer a aquellos parientes de Escandell que nos obsequiaron con una pantagruélica comida que nos dejó al borde de la congestión cerebral absoluta. Y ahora he conocido al señor joan Tur Tur, de los Tur de siempre, que orgulloso, cuenta que su padre consiguió lo que él desea para sí: vivir lo que sea, pero vivirlo bien, con el conocimiento intacto.
También continúa igual el espectacular atardecer en cala Comta. Con ese sol que rebota sin quererse terminar de marchar, a pesar de que sabe que mañana, y eternamente, volverá. Sé que le duele, como a mí, no poder retener indefinidamente esos momentos de paz, de goce, de armonía, que se escapan por las rendijas de la impaciencia, del miedo, del dolor.
Sigue también igual el soplo húmedo y salino de la brisa en la cara, con el tintineo de los aparejos en los mástiles de las embarcaciones. Con la serenidad del rumor de pasos que, lentamente, interpretan una danza invisible que te dice que no estás sólo, que otros hacen, en silencio, lo mismo que tú: gozar con la nada del rumor del mar y la caricia del aire marino en tu cara y en tu nariz.
Tenemos que volver dentro de no muchos años, Maribel, sólo un día, con su noche. Pero lo tenemos que hacer cuando haya luna llena y el pronóstico del tiempo sea favorable para que tú la puedas ver y contarme como es, como se refleja en el mar, que te sugiere. Así, podré tomar tus manos con las mías y, mirándote a los ojos, decirte lo mucho que te quiero, lo mucho que te necesito y pedirte perdón una vez más, y rogarte, implorarte, tu presencia infinita que es como el atardecer, como la luna, como el rumor del mar, como la brisa y el aroma salino del Mediterráneo.
Mientras, me consolaré con el amargor salino de las lágrimas que se me escapan de vez en cuando. Con tus manos en mi cara y mi cabeza en tu hombro.

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