LA VIDA SIN PRISA. TIC-TAC. TIC-TAC...

La vida es un tic-tac que se puede llenar con una redonda, o con dos blancas, o con cuatro... Todo estará bien siempre que sea con algo que merezca la pena y ... sin prisa.

sábado, 18 de febrero de 2012

El decálogo. Consejos para dar a los hijos 4: ”No le quites la esperanza a nadie: puede ser lo único que tenga.”

”No le quites la esperanza a nadie: puede ser lo único que tenga.”

Es un tema delicado. Si se trata de curación no es lo mismo que de amor. Si estás seguro o si es que te parece. Si la esperanza hace daño.
Juan, padecía una enfermedad de las que se conocen vulgarmente como incurables. A Juan le habían hablado de un curandero que, en un pueblo de Lugo, pasaba consulta e imponía las manos para aliviar dolencias varias.
Juan fue a la “consulta” y el curandero le sometió al rito habitual y le dijo que con diez o doce sesiones más, se le curarían todos sus males. Por el trabajo, Juan dejó para el bote 250 euros. Esperanzado regresó a Madrid y me contó su peripecia. Me dejó sorprendido que una persona de su cultura y personalidad, trajese tantas esperanzas e ilusión puesta en algo tan irracional como que era posible curar un cáncer de páncreas con el calorcito de las manos de un señor. Lo peor del asunto fue que Juan rechazó cualquier tipo de tratamiento de los que le propusieron, eso sí, sin mucho entusiasmo en su hospital.
Yo no me atreví a quitarle la esperanza, sin ofrecerle nada a cambio, porque no sabía como hacerlo. Sí traté de convencerlo de que no descartase lo que le ofrecían en el hospital.
El caso fue que su deterioro avanzó rápidamente y el de Lugo “sólo” llegó a sacarle mil quinientos euros. Juan falleció a las nueve semanas de la primera visita al curandero. Estoy seguro de que los pases y las hierbas que le proporcionó el curandero no aceleraron el proceso ni tampoco le causaron ningún beneficio.
¿Hice bien en no quitarle la esperanza?

Desde luego no es una cosa fácil. Hay que estar bien seguro de que abriendo los ojos de alguien, le vas a causar un bien.
¿Serviría de algo que a un moribundo que pide la extremaunción, se la negásemos y, además le dijésemos que eso son tontunas?
¿Tú que harías?
Si ves a alguien que pretende arrojarse por una ventana y te dice cuando tratas de impedírselo que ha estado aprendiendo a volar y que no te preocupes, que seguro que le sale bien a la primera.
Tratarías, seguro de disuadirlo. Está claro que esa falsa esperanza si que hay que quitarla. Pero hay que estar bien, bien seguro de que la esperanza está absolutamente infundada y, además, que las consecuencias pueden ser muy perjudiciales para la persona en cuestión.
Seguro que será mejor hacer algo en positivo: encontrar motivos de esperanza bien orientados para aquellos que, justificadamente o no, tengan ilusiones vanas o simplemente, no vean ningún motivo para tener esperanzas.
Lee el cuento siguiente y dime después lo que piensas.
“Había una vez un niño enfermo llamado Juan. Tenía una grave y rara enfermedad, y todos los médicos aseguraban que no viviría mucho, aunque tampoco sabían decir cuánto. Pasaba largos días en el hospital, entristecido por no saber qué iba a pasar, hasta que un payaso que pasaba por allí y comprobó su tristeza se acercó a decirle:
- ¿Cómo se te ocurre estar así parado? ¿No te hablaron del Cielo de los niños enfermos?

Juan negó con la cabeza, pero siguió escuchando atento.

- Pues es el mejor lugar que se pueda imaginar, mucho mejor que el cielo de los papás o cualquier otra persona. Dicen que es así para compensar a los niños por haber estado enfermos. Pero para poder entrar tiene una condición.
- ¿Cuál? - preguntó interesado el niño.
- No puedes morirte sin haber llenado el saco.
- ¿El saco?
- Sí, sí. El saco. Un saco grande y gris como este – dijo el payaso mientras sacaba uno bajo su chaqueta y se lo daba. - Has tenido suerte de que tuviera uno por aquí. Tienes que llenarlo de billetes para comprar tu entrada.
- ¿Billetes? Pues vaya. Yo no tengo dinero.
- No son billetes normales, chico. Son billetes especiales: billetes de buenas acciones; un papelito en el que debes escribir cada cosa buena que hagas. Por la noche un ángel revisa todos los papelitos, y cambia los que sean buenos por auténticos billetes de cielo.
- ¿De verdad?
- ¡Pues claro! Pero date prisa en llenar el saco. Llevas mucho tiempo enfermo y no sabemos si te dará tiempo. Esta es una oportunidad única ¡Y no puedes morirte antes de llenarlo, sería una pena terrible!

El payaso tenía bastante prisa, y cuando salió de la habitación Juan quedó pensativo, mirando el saco. Lo que le había contado su nuevo amigo parecía maravilloso, y no perdía nada por probar. Ese mismo día, cuando llegó su mamá a verle, él mostró la mejor de sus sonrisas, e hizo un esfuerzo por estar más alegre que de costumbre, pues sabía que aquello la hacía feliz. Después, cuando estuvo solo, escribió en un papel: “hoy sonreí para mamá”. Y lo echó al saco.

A la mañana siguiente, nada más despertar, corrió a ver el saco ¡Allí estaba! ¡Un auténtico billete de cielo! Tenía un aspecto tan mágico y maravilloso, que el niño se llenó de ilusión, y el resto del día no dejó de hacer todo aquello que sabía que alegraba a los doctores y enfermeras, y se preocupó por acompañar a otros niños que se sentían más solos. Incluso contó chistes a su hermanito y tomó unos libros para estudiar un poquito. Y por cada una de aquellas cosas, echó su papelito al saco.

Y así, cada día, el niño despertaba con la ilusión de contar sus nuevos billetes de cielo, y conseguir muchos más. Se esforzaba cuanto podía, porque se había dado cuenta de que no servía el truco de juntar los billetes en el saco de cualquier manera: cada noche el ángel los colocaba de la forma en que menos ocupaban. Y Juan se veía obligado a seguir haciendo buenas obras a toda velocidad, con la esperanza de conseguir llenar el saco antes de ponerse demasiado enfermo...

Y aunque aún tuvo muchos días, nunca llegó a llenar el saco. Juan, que se había convertido en el niño más querido de todo el hospital, en el más alegre y servicial, terminó curando del todo. Nadie sabía cómo: unos decían que su alegría y su actitud tenían que haberle curado a la fuerza; otros estaban convencidos de que el personal del hospital le quería tanto, que dedicaban horas extra a tratar de encontrar alguna cura y darle los mejores cuidados; y algunos contaban que un par de ancianos millonarios a los que había animado mucho durante su enfermedad, habían pagado un costosísimo tratamiento experimental para él.

El caso es que todos decían la verdad, porque tal y como el payaso había visto ya muchas veces, sólo había que poner un poquito de cielo cada noche en su saco gris para que lo que parecía una vida que se apaga, fueran los mejores días de toda una vida, durase lo que durase.”

Autor... Pedro Pablo Sacristán

Visto en: http://cuentosparadormir.com/infantiles/cuento/billetes-de-cielo

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