LA VIDA SIN PRISA. TIC-TAC. TIC-TAC...

La vida es un tic-tac que se puede llenar con una redonda, o con dos blancas, o con cuatro... Todo estará bien siempre que sea con algo que merezca la pena y ... sin prisa.

jueves, 23 de febrero de 2012

Todos al saco y... el saco, al suelo.

“Todos al saco… y el saco al suelo.”
Este es un dicho que he oído en Friera, para hacer referencia a aquellas ocasiones en las que un grupo de personas se ponen a la vez a realizar alguna acción y por precipitación, falta de coordinación o, simplemente torpeza o ignorancia, acaban causando un estropicio.
Pues bien, estaba yo un día en la parada del autobús, el 27, a la puerta de la Biblioteca Nacional, en el Paseo del Prado. Me encontraba un poco inquieto porque no sabía si había alguna persona esperando para poder preguntarle por mi autobús. A esto había que añadir la incertidumbre del aprendiz en las lides del desplazamiento a ciegas y en solitario.
Me decidí a preguntar en voz alta.
- - … (Sólo ruido de tráfico).
No había nadie más en la parada.
Oigo un autobús que se acerca, que abre las puertas delante de mí y, entonces aprovecho para preguntar al interior:
- ¿Este autobús, es el 27?
- - Sí, sí, pero tiene que entrar por la puerta de delante. Contestó algún pasajero
- Allá que voy, cuando el autobusero, que ha debido de pensar otra cosa, arranca y se larga, dejándome en tierra.
Algo malhumorado, pero resignado, me vuelvo al lugar de espera y compruebo que estaba en el sitio marcado para ello, Pero el autobús debió pararse algo más allá de lo debido. Me dispongo a sacar del bolso la carpetilla que llevo para estas ocasiones, que es muy útil, pero algo engorrosa cuando la tienes que manejar al mismo tiempo que el billete, el bastón y demás impedimenta y, sin haberla preparado de antemano. Es como cuando aprendes a conducir: al principio te sobra todo, los pedales, los retrovisores, la palanca de cambio, los intermitentes, los peatones y el resto de coches.
En estas, se acercan voces de un grupo de personas, cuatro o cinco, hombres y mujeres, que hablaban de cosas de trabajo.
- ¡Oiga, por favor! ¿Podría alguien avisarme cuando llegue el 27?
- No se preocupe, nosotros vamos a subir en ese autobús.
- ¡Ah, gracias! . –suspiro, aliviado.
- Todos se callan y se instala un silencio tenso. Mal presagio.
- Esto suele ocurrir a veces, cuando la gente se percata, de improviso de mi presencia.
- Me advierte una voz por mi derecha que ya viene el autobús.
- Me agarra una mano el brazo izquierdo y noto otra mano que se me posa en el hombro izquierdo, y otra más que me toma por el codo derecho, levantándome del suelo la contera del bastón.
- Trato, en vano, de zafarme de tanta garra, pero el autobús ha llegado y, ya están entre todos empujándome hacia delante y aupándome para que suba hacia arriba,
- Yo no acierto a decir nada para que cese el torbellinoy dejo que me golpeen contra una de las barras verticales, eso sí, con un ¡Uy, perdón! Que se me clavó en el mismo sitio de la sien que la barra en cuestión...
- Cuando me salió de la rabia interior un bufido, las cosas volvieron a la normalidad:
- Yo saqué el billete, tantee para encontrar el cancelador, me fui a buscar un asiento, y aún tuve que escuchar: una de esas cosas que se dicen como en voz baja, pero con intención de reñir y corregir, pero lo único que hacen es molestar: ¡Vaya humos. Tenga. se le ha caído esto. (la carpetilla de los números de autobús)!
- Me di por aludido pero me contuve pensando: Todos al saco, y el saco, al suelo.
- La verdad es que sí, me quedé un poco por los suelos. Creo que hasta una lagrimilla intentó asomarme tímidamente, pero me la tragué orgulloso y altivo.
- El resto del trayecto hasta Plaza de Castilla lo pasé meditando. No me dio rabia por que la gente, en su ánimo de ayudar, me hubiese provocado un daño. Tampoco, por el coscorrón: al fin y al cabo, uno de tantos.
- La rabia era contra mí mismo, porque llevaba en mi bolso la carpetilla esa que tiene los números para indicar a los conductores cuál es el que tú esperas. La rabia era porque yo mismo podía haber evitado el daño propio y el que, sin duda, su propia torpeza ocasionó a los bienintencionados torpes de la parada.
Pero, así es la vida y así hay que tomarla.
La lección quedó aprendida para mí, Aunque a los otros protagonistas y los espectadores la experiencia les debió servir sólo para reafirmar alguno de sus prejuicios sobre el carácter de los ciegos.
No lo sé, No se lo pregunté
Todos al saco, yo incluido y… el saco, o sea, yo por los suelos.

1 comentario:

  1. Gracias por dejarme observarte. Te escucho. Intento comprenderte. Y te quiero. Es parte de mi aprendizaje de las ultimas lecciones. Besos

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